jueves, 17 de mayo de 2007

El ocaso de la élite política

Si bien el fracaso del Transantiago da cuenta de la ineptitud de un Poder Ejecutivo carente de agenda y liderazgo, el problema de fondo no sólo radica en las actuales autoridades de gobierno o en el agotamiento de la coalición oficialista. Tampoco se debe a la actitud contestataria de la oposición frente al estado actual de las cosas, sino que la razón está enclavada en un proceso más profundo e intenso: el ocaso de una élite política raida y desvencijada que en 2010 –cuando se celebre el bicentenario de Chile- cumplirá cuatro décadas como protagonista del sistema político y los destinos de la nación.
Es esa misma élite cuya carga genética está cruzada por tres procesos históricos que forman parte de un pasado obsoleto: el quiebre institucional del 73, el proceso de transición y la demoscracia de los acuerdos.
Es esa misma élite que ya no tiene nada nuevo que ofrecerle al país en términos sociales, políticos y económicos; que en la última década desde sus distintas posiciones en el espectro político, se ha dedicado a administrar un modelo económico que ha sido insuficiente en terminar con las desigualdades que presenta el país en diversos ámbitos.
Pero el problema se agrava aún más si se observa el nivel de debilitamiento que presenta el sistema de partidos políticos, cuya fragilidad institucional ha sido incapaz de preparar y generar liderazgos nuevos que reemplacen a la tetrapléjica élite actual y el ejemplo más claro es el fracaso del modelo de gobierno que intentó instaurar Michelle Bachelet.
La solución no pasa sólo por una alternancia en el poder sino que una alternancia generacional de la dirigencia política como ha ocurrido en algunos países europeos, pero que acá parece estar muy lejana.

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